2 de agosto de 2016

A las tres de la mañana

No podía describirla en tres simples palabras, o adjudicarle un animal espiritual, pero, en una de esas charlas que se tienen a las tres de la mañana, me habló durante minutos sobre ella. Fascinado me enumeró las películas que le hacían reír, y una larga lista de títulos con los que había llorado, películas que habían visto juntos, y muchas otras que esperaba mostrarle mientras se abrazaban en el sillón tomando café. Me habló de las charlas interminables que tenían mientras almorzaban en algún espacio que se daban, y como las continuaban por celular antes de dormir; charlas políticas, sobre historia, opiniones y reseñas de libros, series y obras, charlas más sentimentales, pero que de alguna manera ella lograba convertirla en debates que se aseguraba de ganar limpiamente. Me contó de su familia, del miedo que le tenía al padre las primeras veces que lo vio, hasta que se dio cuenta de que le tenía que temer a la abuela más que nada. Me relató sus primeras salidas que luego de meses fueron bautizadas como primeras citas, como ella se notaba tan cómoda hablándole de lo que quisiera, y él tan nervioso por miedo a comportarse erróneamente. Me mostró las canciones que le recordaban a ella, la que sonaba en la heladería los primeros días de primavera, la que describía lo que sentía cuando estaba con ella, la canción perfecta que le dedicaría si ella no se riera por tan cursi actitud, la canción que escuchó repetidas veces después de su primer beso. Me habló por minutos sobre los regalos que había pensado hacerle, que reflejaban desinteresadamente cuanta atención le prestaba a lo que ella le decía y a la vez serían recordatorios de los momentos que habían pasado. Con mirada arrepentida me explicó sus primeras peleas, como lamentaba haberle hecho llorar y cuanto le dolía el pecho cada vez que escuchaba su voz entrecortada. Y mientras se debatía en si la merecía o no, me dejaba cada vez más en claro que esa pregunta no tenía razón de ser.

3 de febrero de 2016

Suficiente

Me molestan los que leen entre líneas. Los que buscan un porqué a las cosas. Porque hay cosas que son porque sí, porque quiero, porque me gusta. Y no creo que querer algo, a alguien, tenga fundamento. ¿Cómo explicas por qué te gusta algo? ¿Cómo explicas lo que sentís cuando miras a alguien? Porque una comparación no me parece suficiente para transmitir lo que siento cuando veo a niños jugar entre ellos. ¿Para qué existen tantas palabras que nos cuenta encontrarles el sentido, y no encontramos palabras para expresar lo que sentimos? Cada tanto me pregunto la utilidad del lenguaje humano, y cuestiono la importancia que le dan los demás al diferenciarse de los otros animales, o mejor dicho, de los otros seres vivos. Porque le encuentro más sentido y significado a la mirada de un perro, que a un discurso político lleno de oraciones armadas inteligentemente para llegar a las masas. Escucho más cosas en la risa de un niño que en miles de canciones que pasan en la radio. Siento más alivio y consuelo en el viento frío que me pega en la cara, que en las palabras de un ser querido.

Quizá soy un poco egoísta, fría y cínica, pero me limito a intentar decir lo necesario.




De seguro hice otra entrada en que expresaba la maravilla del lenguaje y las palabras, pero esto es lo que siento hoy.

Muerte

Perfume lima limón. Como el color de sus uñas recientemente mordisqueadas. Que se esconden bajo puños húmedos de un abrigo azúl. Azúl como la tapa del último libro que le prestó. Libro que guarda en su mesita de luz. Situada al lado de su cama, donde pasó la última noche mirando películas. Sí, de esas películas que miras para intentar no pensar, pero que terminan haciendo todo lo contrario; al menos te mantienen despierto para no soñar, así, de esa manera, sentís que tenes un mínimo control sobre tu cuerpo. Y al final, después de cinco tazas de té, cuando los pájaros avistan los primeros rayos del sol y cantan en tu ventana, deja que el sueño cierre sus ojos. Al despertarse, sintiendo que su mente egoísta no quiere compartir todo lo que imagino en las horas previas, decide aprovechar al máximo ese sentimiento de alivio.
Comienza el nuevo día, siguiendo su rutina. Rutina aburrida, pero práctica y segura. Una seguridad que es claramente un autoengaño. Tan claro como las lágrimas que increíblemente le quedan por llorar. Increíble como la historia que vivió y guarda para sí. Historia que todavía no acabó, pero en la que no quiere pensar. Pero es obvio, no se puedo no pensar en algo cuando queres no pensar en eso. Porque cuando estaba esperando el ómnibus, jugaba con su llavero y recordó lo que soñó la noche anterior. Y las lágrimas que le quedaban no esperaron ni un segundo más a ser lloradas. Fue uno de esos llantos silenciosos. ¿Qué mejor momento para hacerlo que mirando como los ómnibus van y vienen? Hay algo en el movimiento de los ómnibus, que recojen pasajeros y dejan a otros, continuamente, que te hipnotiza y te hace pensar, saltar de un pensamiento a otro, de una parada a otra. Pensar sin ningún orden, solo hablar en tu mente todo lo que tenes para decir. No sacar conclusiones, crear un lío en tu cabeza lleno de palabras. Palabras sin sentido, y palabras lleno de sentido. Palabras que queres gritar. Y mientras toda ese revuelto de palabras e imágenes sucede en tu cabeza, te preguntas que estará pensando quien me mira de afuera, algo que no te importa en lo absoluto. Hasta que vio que su ómnibus llegaba.
Lo paró, se subió, pagó el boleto, se sentó y secó su cara con los puños de su abrigo gris. Gris como el día que era. Pero día gris y ventoso, que prefería antes que un celeste día veraniego. Viento que le concedía extra aire para respirar. Respiración que parecía no ser calmada desde hace días. Calma que él le brindaba cuando lo miraba. Miradas infinitas que nunca iban a morir. Muerte que nos sigue a todas partes.

2 de junio de 2015

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Tengo la necesidad de volver a escribir; aunque sea éste párrafo, mínusculo, pero con palabras que salieron de mí y se estructuraron en algo que queda plasmado. Me urge volver a tener la voz de escritora en mi cabeza, volver a sentir los enunciados tan tangibles que puedo usarlos como adornos.

Gracias.